sábado, 5 de abril de 2008

Viaje en bus

De nuevo la vuelta a las clases. El retorno de un período al que llaman vacaciones pero no lo es tanto, en el que a pesar del tiempo usado para trabajos en detrimento del ocio no se conseguía finalizar más que una pequeña fracción de lo que uno esperaba. Como siempre ocurría, período vacacional tras período vacacional. Siempre era lo mismo. Pero aquí estaba, de nuevo sentado en el bus de regreso, junto a la ventana, dispuesto a empezar el viaje.

Lo que más me gusta de tener que realizar este trayecto es ese aporte de tiempo libre que supone. Por muy ocupado que uno esté, siempre tiene esas dos horas y media de ocio a la fuerza, simplemente tiempo para uno mismo sin la preocupación de no estar dedicándolo a algunos de los trabajos de clase que había de entregar esa misma semana. Uno puede permitirse el lujo de sentirse completamente libre de ese tipo de cargas. Si lo pienso, es probable que estos espacios de tiempo sean lo más parecido que tengo a lo que uno entiende por vacaciones durante todo lo que puede durar el curso.

De modo que me decidí a usar este tiempo. Y realmente quería aprovecharlo. Saqué de la mochila el libro que había empezado dos días antes con la intención de volver sumergirme totalmente en él, cuando empezó la película que el conductor de ese día hubiera escogido. Resultó ser una de acción, en nada comparable a la obra que sujetaba entre mis manos, de modo que me dispuse a continuar. Pero el volumen de los altavoces era desmesuradamente alto. En esta ocasión, afortunadamente, yo disponía de un reproductor de música. Supuse que tal vez me ayudaría a ignorar la película, pero el sonido era demasiado intenso, y la persona que tenía al lado no me inspiraba la suficiente confianza como para dejar las cosas e ir a decírselo al conductor. Al parecer tendría que esperar a que se apeara en la siguiente parada (bajó en cada uno de los pueblos por los que pasamos), pero no fue necesario. La molestia que creaba al resto de viajeros era patente, y una chica cercana a la cabina se levantó para hacer la petición. Una pena no poder mostrarle agradecimiento. Decidí seguir con mi propia música y me sumergí en la lectura. Marte, el planeta rojo, volvió a inundar mi mente.

Los paisajes marcianos siguen maravillándome. El acantilado oriental de Echus Chasma, de miles de metros de altura y miles de kilómetros de longitud, estaba plasmado en las líneas que recorría mi mirada en ese momento, mientras la más humilde geografía terrestre pasaba ante mi ventana. Cuán diferentes eran. La primera, de proporciones gigantescas, sin apenas cambios desde épocas en las que las bacterias eran los organismos más avanzados en nuestro planeta, envuelta en colores cálidos, rojizos y ocres. En la segunda, mucho más joven pero de apariencia más suave y envejecida por una erosión bastante más intensa, dominaban los colores verdes y azules, creados por los árboles y campos de cultivo, enmarcados por el cielo de la tarde. Algunas nubes iban apareciendo en él conforme avanzábamos hacia el norte, todas descansando sobre una invisible capa a la misma altitud y restando monotonía al entorno. Nunca me canso de contemplarlas.

Durante el viaje fui compaginando las imágenes de ambos mundos, centrando mi atención alternativamente tanto en el libro como en el paisaje. Es curioso cómo al no tener la vista limitada a unos metros hasta la pared más lejana, las imágenes que surgen en la imaginación al leer sus descripciones pueden adquirir por fin proporciones tangibles, pasando a ser verdaderos entornos en los que es posible mirar alrededor. Una vista de 360 grados que llega hasta el horizonte, en sustitución de algo que sería más similar a lo que puede verse en una pantalla de televisor.

Pasó el tiempo, y el atardecer llegaba a su fin. El Sol, rodeado de retazos de nubes teñidas de tonos anaranjados, estaba ya próximo a las cimas de los montes occidentales. Decidí cerrar el libro y contemplar la escena, como muchas otras veces, viendo cómo el brillante disco rojo se ocultaba lentamente, iluminando la parte inferior de las nubes con sus últimos rayos. No tardó mucho en desaparecer, pero salvo por su presencia, el entorno no había cambiado apenas. Aún faltaba tiempo para que el azul del cielo diera paso a la oscuridad de la noche y su población de estrellas.

Estrellas que esa noche no podría contemplar, al tener trabajo por terminar cuando llegase de nuevo a mi destino. Con un suspiro, decidí no dejar escapar estos últimos momentos de libertad, y continué absorto en la lectura…

5 comentarios:

  1. A mí el autobús me pone nerviosa por la escasez de libertad de movimiento y porque no sé cómo me las arreglo para que siempre me toque al lado alguien con muchas ganas de palique, cuando yo estoy deseando sumergirme en mi libro o dormir una siesta. Siempre que puedo, cojo el tren, donde me puedo levantar, estirar un poco, poner de mil maneras, disfrutar un paisaje diferente, leer con comodidad. Me encanta ese ratito de libertad y tranquilidad total en medio del caos que supone la vida diaria con trabajos, exámenes y mil asuntos más.

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  2. Sin duda algo que vengo echando de menos desde hace muchísimo tiempo. Antes viajaba como mínimo una vez al año a Francia en tren, lo que son nada menos que cinco (o séis, depende de si iba hasta la frontera o la cruzaba) horas de trayecto. Solía entonces escribir relatos, aunque entonces mi conocimiento literario era más bien escaso y no es que fueran joyas linguísticas. Pero sí ayudó lo suyo, sin duda.

    No te miento si te digo que tengo ganas de realizar un largo viaje sólo por pasar un par de horas sentada en el tren contemplando Dios sabe qué y dejando divagar mi mente a donde quiera. Che, no sabeis la envidia que me dais.

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  3. Como se nota que en la zona de valencia no hay demasiadas montañas... Si yo quiero viajar desde Ponferrada a Oviedo en bus leyendo lo más seguro es que tenga que pedirle una bolsa al conductor. No hay más que curvas, montañas, túneles, puentes, y todas esas cosas típicas de las carreteras de montaña.

    Aún así, os puedo decir que el paisaje seguramente sea más espectacular que allí e imaginar que estás sobre la superficie de Marte es bastante más sencillo. Sobre todo cuando pasa la carretera entre dos enormes montañas de roca. Solo tienes que "pintarlas" de rojo y hecho :)

    Saludos ;)

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  4. Debió de ser una experiencia estupenda... Algo de bueno tienen que tener esos largos viajes, ¿no?

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  5. La verdad es que al principio estos viajes parecían un incordio, pero conforme los trabajos se acumulan y el tiempo libre escasea, este tiempo que antes considerabas "perdido" ahora comienzas a verlo de otra forma. Un momento en el que no puedes trabajar. Resulta liberador.

    Y sí, por aquí no hay muchas montañas. Es bastante plano excepto en unos kilómetros. De hecho hay un pueblo con una serie de curvas tales que no estás prestando atención a la ventana y empiezas a marearte, e inequívocamente sabes que has llegado a él. No falla nunca.

    Pero bueno, el resto del camino se está bien. Este fin de semana tengo los dos próximos viajes, ida y vuelta :)

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