sábado, 13 de abril de 2013

Pioneros

La cuenta atrás se acercaba a su fin.

Dirigiendo mi mirada a través del panel transparente, contemplé la Tierra una vez más. La cuna de la humanidad era realmente hermosa; una magnífica esfera de océanos, continentes y nubes suspendida en el espacio, llevando consigo casi toda nuestra civilización. Observándola, no pude evitar pensar en la vasta inmensidad del tiempo transcurrido sin que ojos humanos viesen el mundo por encima de esa atmósfera, y el momento en el que todo ello cambió.

Casi exactamente dos siglos atrás, en un vuelo orbital de sólo 108 minutos, un hombre se sometió por primera vez a condiciones a las que nunca nadie se había enfrentado. Protegido por la pequeña cápsula Vostok de las temperaturas extremas y parte de la radiación, y algo menos de las tremendas aceleraciones del despegue y una reentrada más peligrosa de lo previsto, fue la primera persona en contemplar directamente las maravillas de nuestro planeta desde el espacio exterior. Sus palabras por radio describieron ríos, bosques, las nubes y sus sombras, el cielo negro, la atmósfera como una aureola en el horizonte. Son imágenes difíciles de olvidar, y que muchos más habíamos podido ver desde entonces.

Ahora, en una nave muchísimo mayor que la pequeña Vostok, me encontraba formando parte de una tripulación que la historia recordaría como pioneros junto a aquel primer cosmonauta. Es posible que nunca más volviese a estar tan cerca de ese planeta azul, en el que nací poco después del 50º aniversario de su hazaña. En esos 150 años, fui testigo de cómo la humanidad fue avanzando en su exploración y dominio tecnológico. Su ritmo fue algo intermitente, y sus motivaciones más o menos aceptables, pero finalmente nos habíamos expandido por todo el Sistema Solar. Convertidos en una especie interplanetaria, nuestro hogar comprendía muchos mundos, hábitats naturales y artificiales en torno a un poderoso sol. El abismo entre estos astros errantes, que antaño parecía infranqueable, era surcado de forma rutinaria por centenares de vehículos, automáticos o tripulados, formando parte de una compleja y próspera infraestructura.

Y era esta infraestructura, este esfuerzo conjunto a pesar de los altibajos y diferencias de opinión a lo largo del tiempo, lo que nos había permitido atajar la siguiente frontera en nuestra expansión. Tras una época de exploración y aprendizaje con sondas automáticas, por primera vez un grupo de personas emprendería un viaje interestelar, destinado a explorar mundos en torno a un sol diferente al nuestro.

Cuando la fase definitiva de aceleración comenzase en este primer viaje, no sentiríamos vibración alguna procedente de motores químicos de una variante de un misil balístico en la Guerra Fría, sino que podríamos disfrutar del proceso contemplando la gigantesca pero increíblemente fina vela reflectante que se extendía frente a nosotros. No sufriríamos aceleraciones tan peligrosas como las de aquel primer vuelo orbital, pero las velocidades a las que llegaríamos serían mucho mayores que las alcanzadas por ningún humano anteriormente. Y no regresaríamos a casa para ser recibidos como héroes tras una misión de 108 minutos… La nuestra duraría décadas.

Al llegar la cuenta atrás a su valor más bajo, exactamente doscientos años terrestres tras aquel despegue en la rampa de lanzamiento soviética, poderosos láseres convergieron en la colosal vela de nuestra Gagarin, transmitiéndole la energía necesaria para iniciar la partida. Así empezaba nuestro viaje a las estrellas.

¡Poyéjali!

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http://www.yuriesfera.net/documentos/la-mision/
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